Y así, de repente, llegamos al meollo del asunto.

No fui yo, señores, sino el mismo fuckitall el que, en un momento de enajenación temporal, acertó a ver la clave de toda esta discusión.

Una vez reconocido el ínfimo papel que la razón juega en el voto y afianzándonos en la base sólida de que son las emociones las que lo dirigen por extraños derroteros (como ya les hablé a sus Señorías en repetidas ocasiones) llegamos al final de nuestra exposición: la IDENTIDAD de cada persona es lo que determina, en última instancia, el voto.

Al margen de su definición lingüística, a nivel psicológico el concepto de identidad es algo complejo de definir. En cualquier caso, y sin entrar en caminos que nos alejarían de la ruta principal, creo que todos sabemos lo que es la identidad. La identidad podríamos definirla como ese conjunto de valores, creencias o principios profundamente arraigados en el ser más íntimo de cada persona, que la definen y la hacen diferente de cualquier otra.

Todos tenemos una determinada identidad, y rara vez la identidad de una persona es exactamente igual a la de otra. Lo importante que hemos de entender aquí es que la identidad de uno no es mejor ni peor que la del que está a su lado. Es decir, que una persona que tiene un fuerte apego al “concepto” ESPAÑA, y a la que las palabras “patria”, “ejército” o “bandera” le tocan una fibra sensible de su alma no es ni mejor ni peor que otra persona a la que esas palabras no le transmiten nada. Sin embargo, el voto de una y otra será, a la fuerza, bien distinto… e igualmente razonable y respetable.

Uno cuando vota, vota a aquella opción política con la que más se identifica. Aquella que, de alguna forma, considera una extensión de su propio ser.

O lo que más se acerque a ello.

Porque, como he dicho antes, difícilmente habrá DOS identidades exactamente iguales, de modo que uno votará a aquella opción política que más se ajuste a la suya propia, reconociendo que habrá alguna cosa con la que quizá no esté del todo de acuerdo o, incluso, verdaderamente en contra. Y aquí es donde se puede producir un fenómeno curioso, porque ocurre como en las relaciones de pareja, que es muy fácil que uno pase por alto pequeños defectos de la otra parte. Bien porque realmente ni siquiera vea esos defectos (el amor es ciego) bien porque, aun viéndolos, los justifica y confía en que habrá propósito de enmienda.

Si todos miráramos (o mirásemos) a nuestros seres queridos únicamente bajo la fría luz de la razón, probablemente no serían tan queridos. Como decía el gran Charlie Chaplin. “a los niños hay que mirarles con el corazón, no con la cabeza”. A lo cuál me atrevo a añadir, sarcásticamente: “… porque si los mirásemos (o miráramos) con la razón, los tiraríamos por la ventana”

Pues bien, con los partidos políticos pasa algo muy parecido. No son perfectos, y cuando son sometidos a un duro escrutinio (de un 70% a esta hora de la noche) descubrimos que todos tienen defectos, todos han mentido, todos han prometido cosas que luego no cumplieron y todos los que han ejercitado el poder durante mucho tiempo han acabado repletos de casos de corrupción en sus manos. Si quisiéramos medir a un partido en base a la perfección, ninguno pasaría el corte.

Digo esto para recalcar lo que ya he dicho tantas veces, y es que toda opción política es defendible, justificable y razonable. Sí, también el Partido Popular de Rato, Granados, Gürtel, Bárcenas y compañía es una opción política respetable y justificable, del mismo modo que a esa esposa abnegada cuyo marido prefiere las tabernas a su compañía le es lícito defenderle y justificarle y decir aquello de: “cambiará”.

Si sólo hubiera (o hubiese) una opción política razonable, parece difícil que dos personas razonables llegasen a conclusiones radicalmente distintas. Según fuckitall “razonable” significa “que es consecuencia de un proceso racional”, pero… ¿considera fuckitall razonable votar al PP?

Todos llevamos a cabo un proceso racional antes de elegir a nuestro candidato, sí, pero la papeleta que introducimos en la urna es, siempre, aquella con la cuál nos sentimos más identificados.

No puede ser de otra forma.