Me he cansado de decirlo: la política es imagen.
No importa demasiado lo que uno haga; lo que verdaderamente importa es cómo puede ser percibido, para luego poder “venderle” una idea u otra a un electorado predispuesto a creerse casi cualquier cosa. Por ejemplo, si a día de hoy uno quisiera defender la imagen de Hungría como país acogedor, ya puede agarrarse los machos, porque con miles de refugiados apilados en sus fronteras y una periodista despedida por patear a padres y niñas indiscriminadamente, ya puede ser Hungría la residencia de Mª Teresa de Calcuta, que yo le deseo toda la suerte del mundo a quien intente convencer a la opinión pública de lo contrario. Para bien o para mal, la imagen que se percibe es siempre mucho más poderosa que la -muchas veces- desconocida realidad.
Por otro lado, ya hemos visto en mi trilogía sobre el fundamento del voto (Ed. Grijalbo ISBN-10 8456486218) que el voto es algo puramente emocional en donde la razón juega un papel casi irrelevante, y es por eso por lo que los políticos, sin vergüenza ninguna, se permiten salir a la calle a mezclarse con la plebe únicamente en periodo electoral (cuando antes sólo se les podía ver a través del plasma) devuelven dinero a los funcionarios a dos meses de las elecciones o juran y perjuran que no levantarán el veto a Susana Díaz mientras Cháves y Griñán sigan imputados y luego se les olvida.
Como digo, todas estas acciones, por sangrantes que sean, se asumen por el pueblo como parte del circo y aquí no pasa nada. Al fin y al cabo, la política se percibe como un espectáculo más. Pero, yo digo, ¿no hay límite para la irracionalidad del voto? ¿Pueden realmente los políticos dar bandazos de 180° en sus políticas y no perder más que un puñado de votos en el camino?
Esto viene a colación de la última noticia que circula en el entorno del PP: la asistencia de Rajoy a la boda gay de Maroto.
Rajoy, señores y señoras, asistirá a una boda gay de un miembro de su propio partido. ¡Rajoy! ¡Nada menos que el Presidente del PP! Gracias a El Diario (punto es) podemos leer una recopilación de perlas que miembros del PP, incluido el propio Rajoy, han ido soltando a lo largo de estos últimos años al respecto de los matrimonios homosexuales que aprobó José Luis Rodríguez Satanás-Zapatero. Perlas como que “Un gay es una persona tarada”.
Todo esto sin olvidar que el PP ha refrendado con hechos sus palabras, presentando el pertinente recurso ante el TC para impedir que la Ley de Matrimonio Homosexual saliera adelante.
Y ahora, amigos míos, como por arte de magia, Rajoy anuncia que asistirá a una boda gay sin dar ningún tipo de explicación al respecto. Y aquí no pasa NADA.
Este tipo de actuación, en cualquier otro contexto social, supondría un descrédito irreversible. Imagínense por un momento que el fundador de Greenpeace financiase una costosa operación de fracking para la extracción de petróleo en una fosa marina protegida como Reserva Natural, y al día siguiente acudiese a dar una charla sobre ecosistemas como si nada. Es absolutamente impensable. Esa persona estaría muerta, profesionalmente hablando.
Pero en política no. En política eso ocurre todos los días y aunque siempre hay alguien que levanta la mano y protesta, enseguida se diluye el tema y se pasa a otra cosa, mariposa. ¿Por qué?
Pues ya lo expliqué en mi infame trilogía: porque el voto no es racional. De verdad, no lo es.
Sólo podemos discutir sobre los límites de esa irracionalidad.
El problema no es que aquí no pase nada, que sí pasa puesto que, ya se ve, se vierten ríos de tinta sobre el tema, se hacen especiales en televisiones y periódicos, los articulistas le dedican sus artículos, los acólitos defienden la postura o echan balones fuera y los enemigos hacen sangre de ella. El problema, en general, es que no hay tiempo que perder porque detrás de esta noticia llega siempre otra de igual o mayor calado; y detrás de esa, otra y luego otra, que se se superponen a paladas hasta que la primera queda enterrada abajo del todo de un montoncito enorme.
Y el problema, en concreto, en este caso, es que nadie, ni los de un signo ni los de otro, se creían ni los argumentos ni la indignación que este hecho provocaba en su día. Era bastante obvio que formaba parte de la campaña orquestada para crear varios frentes contra Zapatero de modo que le apabullaran y el descontento “generalizado” fuera notorio. “Todo lo que hace crea polémica”, cuando eres tú el que está creando la polémica ante todo lo que el otro disponga, haga, decida o diga.
Era cuestión de tiempo el ver cómo aceptarían las bodas gay e, incluso, se beneficiarían de esa ley como así ocurrió con el divorcio en su día.
La estrategia tramposoa dio sus frutos (al final se hicieron con el poder) y ahora sólo queda pasar de puntillas por los flecos sueltos, las incogruencias, las mentiras que vayan saliendo a la luz, poco a poco y de una en una, que así son más fácilmente combatibles.
Ocurre como en el fútbol, sí, que cuando el Madrid pierde un partido está en crisis, pero a los tres días hay otro partido… y a los tres días otro y a los tres siguientes, otro. Así, lo que ocurrió hace 72 horas ya es historia lejana y la rueda tiene que seguir girando.
Pero eso es fútbol, y no tiene importancia. El problema es que la política no lo es, y sí que la tiene, pero la forma en que la política es percibida se asemeja preocupantemente al fútbol o a cualquier otro entretenimiento de masas.
Este es un fenómeno que me consta que se ha analizado en alguna ocasión a nivel psicológico, si bien no estoy seguro de que haya un nombre para ello. El fenómeno consiste en que la política, en el fondo, tampoco tiene un impacto directo y evidente sobre nuestras vidas cotidianas (como tampoco lo tiene el fútbol) y, por tanto, se percibe como un espectáculo de “nosotros contra ellos” (como el fútbol) más que como una decisión que puede modificar mi vida (¿me pido Tiramisú?). Es cierto que gracias a Zapatero hoy en día los del PP pueden celebrar bodas homosexuales (pero que no lo llamen matrimonio) y seguro que las madres de los soldados españoles que estaban en Irak notaron el cambio de gobierno, pero, honestamente, si yo te impidiera el acceso a internet y/o a cualquier otro tipo de medio de información durante 6 meses… ¿sabrías decirme qué partido político está en el poder, únicamente por cómo ha variado tu vida diaria? Probablemente no.
Por eso, y a pesar de las discusiones viscerales que la política genera, hemos de saber que éstas no tienen que ver con la razón, sino con la identidad de cada persona (tema complejo que algún día tendré que meterme a desarrollar en profundidad). Es decir, que yo puedo defender hasta la muerte la necesidad imperiosa de tener una España unida y fuerte, pero si mañana Cataluña se independiza… ¿a mí qué más me da? ¿Acaso mi vida va a ser muy distinta? Habrá a quien sí le afecte directamente, claro, pero la mayoría de los que hoy se rasgan las vestiduras defendiendo el Imperio Español no verán sus vidas afectadas lo más mínimo si Cataluña se independiza. Por tanto, no es una cuestión de lógica ni de razón, sino, como digo, de identidad, de “quién soy”, de cuáles son mis principios, de cuáles son los valores que me han enseñado y que tengo que defender. Como si, al renunciar a esos valores, dejara de “ser yo” y por eso tengo que defenderlo.
Por supuesto, todo ello sin contar con que, como bien dices (en tus escasos momentos de lucidez) la política es un circo de tal calibre que directamente es que nadie se cree en primer lugar que un político actúe por convencimiento moral. Se sobreentiende que todas las medidas políticas que se adoptan van dirigidas más a obtener el poder, o mantenerlo, que a preservar un determinado convencimiento moral. Por eso, aunque el PP haya recurrido las bodas homosexuales (que sí, pero que NO lo llamen ma-tri-mo-nio) todo el mundo entiende que lo hacen porque piensan que eso les puede dar votos, no porque estén en contra; al igual que cuando Zapatero retiró las tropas de Irak nunca sabremos si lo hizo por convicción o porque sabía que en aquel momento ello supondría ganarse a una gran mayoría de la población.
Pero esto ha sido así hasta hace poco, cuando la irrupción de Podemos rompió el statu quo y surgió una nueva hornada de políticos transparentes que se rebelaban contra la denominada vieja política y que han conseguido que el ciudadano comience a ver la política como algo más cercano, como algo que realmente sí les puede afectar directamente en su día a día. Estos nuevos políticos (Carmena, Colau, etc…) realmente han conseguido despertar al pueblo y hacerle ver que la política no es “lo que echan en la tele al mediodía” sino que es algo sobre lo que ellos realmente tienen voz y voto de manera directa, y el mejor ejemplo de ello quizá lo suponga Tsipras con la forma en la que está manejando la delicada situación de Grecia, constantemente dándole voz a su pueblo para que le digan a él qué es lo que tiene que hacer, en vez de ser él el que le diga al pueblo lo que éste tiene que hacer. Eso es, señores y señoras, la definición de democracia
¡Larga vida a Tsipras!
That was actually a question…
Es la pregunta de un loco.
Ya la respuesta es sí, seguramente sí lo sabría. Pero porque sería casi imposible evitar escuchar o participar en una discusión en la que se hablara de política porque la política lo impregna todo y forma parte de todo. Sus efectos pueden ser, efectivamente, lentos y casi imperceptibles pero aun así están presentes en todos y en cada momento porque conforman nuestra sociedad.
El día que Rato entre en la cárcel -si es que el ministro no lo impide antes-, será indistinguible del día después. Y sin embargo ese simple hecho será una importante muesca en el cinturón de la lucha contra la corrupción (suponiendo que es culpable).
El día en que llegó la democracia a España después de la dictadura y el día después también fueron, seguramente, prácticamente iguales para casi todos. Y sin embargo supuso un claro punto de inflexión en la historia de España.
Eres tan incongruente que me respondes que no con las palabras, pero los ejemplos que pones a continuación me dan la razón.
Como decía, uno de los grandes problemas de la política (y, por ende, uno de los motivos por los cuáles en política vale prácticamente todo) es que el ciudadano no tiene sensación directa de que las decisiones políticas le afectan. La política se percibe, lo repito, más como un espectáculo que como algo que va a cambiar mi vida cotidiana. Por eso me parece tan importante lo que está haciendo Tsipras en Grecia, porque a la hora de someter a referéndum “cada” decisión, está involucrando al pueblo directamente. Es como si les dijera: “oye, chicos, que me dicen que haga esto, ¿qué hago?” No es lo mismo eso que votar una vez cada cuatro años.
El escándalo de Bankia (que el Ministro y tú os empeñáis en querer enterrar) nos cuesta a cada español unos cuantos miles de euros al año (la cifra la dio Pablo Iglesias hace un tiempo) sin embargo no es lo mismo escuchar eso en la televisión que ver entrar a Rajoy en la puerta de tu casa cada mes y coger 200€ de tu cartera. Si eso fuera así, la gente sí que dejaría de votar a Rajoy, pero el sistema es tan complejo que al final todo se diluye y se difumina, convirtiendo a la política, lo repito por enésima vez, más en una cuestión de identidad (me identifico con los valores que defiende el partido X) que en una cuestión racional.