Pretendo, con este post, completar mi trilogía sobre el análisis de qué es lo que provoca que el voto de una persona se decida en un sentido o en otro, y por qué una decisión de este tipo es capaz de provocar reacciones tan viscerales como la de estos ciudadanos senior, que normalmente estarían en casa dándoles caramelos a sus nietas.

Se le atribuye a Einstein haber dicho que cuando uno no es capaz de explicar un problema, por complejo que sea, en términos sencillos, es porque él mismo no lo comprende del todo bien. Pues bien, después de mucho meditar, creo estar en situación de explicar de una manera sencilla que cualquiera puede comprender, por qué el voto es algo puramente emocional en donde la razón no juega un papel fundamental, por mucho que nos empeñemos en defender lo contrario.

Para ello, tomemos como ejemplo a Juan, el cuál se sienta delante del ordenador y busca en Google Maps (GM) la ruta que ha de recorrer desde su casa hasta un punto concreto. Introducida la búsqueda, GM le ofrece tres alternativas posibles, pero destaca una de ellas como la mejor opción, puesto que es la que menor distancia requiere recorrer. Pues bien, ¿dirían ustedes que esa “elección” de Google Maps es una decisión basada en criterios racionales o emocionales? Pueden contestar para sus adentros.

Juan, convencido con el criterio del camino más rápido, ya que anda algo justo de tiempo y no le gusta llegar tarde, decide seguir la ruta sugerida por GM pero… fijándose bien, se da cuenta de que esta ruta pasa justo por delante de su trabajo, y como es domingo y bastante tiene con estar encerrado en esa oficina 60 horas a la semana, decide elegir otro camino. La opción B requiere recorrer un kilómetro más, y no quiere llegar tarde… pero se niega a pasar por delante de su oficina un domingo. Sin embargo, fijándose aún más, se da cuenta de que en la opción C, aunque sea aún más larga, la ruta pasa justo por delante de la tienda donde trabaja su novia, de modo que piensa que lo mejor que puede hacer es escoger esta última opción y así aprovechar la oportunidad para sorprender a su novia con una visita sorpresa, cosa que, aunque le retrasaría bastante y realmente no quiere llegar tarde, sin duda será una experiencia muy agradable para ambos. Al fin y al cabo, porque un día se retrase no pasa nada.

De modo que Juan escoge la opción C. Y yo pregunto: la decisión de Juan… ¿está basada en criterios racionales o emocionales? (nota: la palabra “emocionales” está subrayada).

Cuando se le enfrenta a Juan con esta misma pregunta, Juan tiene claro que su decisión es puramente racional, ya que él ha analizado concienzudamente cada una de las tres opciones que se le han puesto delante y al final se ha decidido por una de ellas utilizando su capacidad de razonar.

¿Estamos de acuerdo con Juan?

Traslademos este ejemplo a la política.

Pensemos, ¿a qué candidato elegiría como Presidente del Gobierno un ordenador? Imaginemos que tenemos un Google President delante en el cuál hemos introducido todos los datos posibles sobre todos los candidatos posibles. Esto incluye todas las declaraciones públicas, entrevistas, mítines y promesas electorales. ¿Quién sería el candidato ideal?

Cualquiera se daría cuenta de que lo primero que habría que hacer es establecer un criterio, ¿verdad? Es decir, ¿qué significa que un candidato sea “mejor” que otro? ¿Hablamos en términos económicos? ¿De políticas sociales? ¿De bajar la tasa de paro? Sin duda parece una cuestión bastante compleja para un ordenador. ¿Cómo puede un ordenador saber si cuando un político hace una promesa electoral, la va a cumplir? ¿Es mejor opción un gobierno que paga la deuda, pero que defrauda a Hacienda, u otro que quiere abrir comedores escolares para los niños pero que ha sido acusado de apoyar a bandas terroristas? ¿Qué tipo de algoritmo se le puede introducir a una máquina para que evalúe si lo que se ha escrito sobre un líder político puede ser verdad en el futuro?

Una máquina jamás podría llegar a una conclusión coherente sobre un tema así, ya que se vería ahogada en un mar de datos, variables, combinaciones y futuribles sobre las cuales no puede juzgar. Sin embargo, cualquier ciudadano de más de 18 años en este país es capaz de tomar esa decisión en un instante y sin titubear, aún a pesar de no contar ni con la mitad de los datos de los que posee la máquina, y es capaz de hacerlo, además, convencido de que su elección es la única que tiene sentido. ¿Cómo es esto posible?

Pues muy sencillo, porque un ser humano cuenta con una herramienta esencial para ello que una máquina jamás podrá poseer: tiene la capacidad de sentir emociones y son estas emociones las que le guían en un sentido o en otro.

Las emociones surgen en el ser humano ante la presencia de estímulos, y lo hacen de manera automática, involuntaria y, en muchas ocasiones, inconscientemente (de ahí surgen cosas como el “no sé por qué, pero este tío me da mala espina”)

Cuando vemos a un político haciendo unas declaraciones, automáticamente surge una emoción dentro de nosotros, lo queramos o no. Podemos sentir confianza en lo que nos está diciendo o desconfianza. Me puede hacer sentir orgulloso o causarme desprecio. Puede darme la sensación de que está mintiendo o de que dice la verdad. Todo esto ocurre, como digo, de manera automática e involuntaria y no hay cantidad de lógica en el mundo capaz de hacernos sentir algo diferente, porque las emociones son, una vez más, involuntarias.

Estos sentimientos son tan poderosos que, al igual que le ocurría a Juan en el ejemplo de Google Maps, determinan nuestra conducta. Daba igual que Juan acabara eligiendo el camino más largo y que acabara llegando tarde a su destino, porque la perspectiva de sorprender a su novia le hacía sentir bien e iba a ser muy positivo para su relación, y eso era más que suficiente para sobreponerse a la opción fría y analítica que proporcionaba la máquina. Juan, que no quería llegar tarde, acabó justificando su conducta diciéndose a sí mismo que por una vez que llegase tarde tampoco pasaba nada.

Es muy interesante aquí es el papel que juega la razón en todo esto. La razón, ante la imposibilidad de imponerse al poder de las emociones, tiene dos opciones: o se enfrenta y actúa como la voz de la conciencia (no debes llegar tarde) lo cuál genera mucha tensión interna (¿qué hago… qué hago…?); o bien actúa como un conspirador (por una vez no pasa nada) y así elimina la tensión. En este último caso, la razón lo que hace es buscar conclusiones lógicas por las cuáles la decisión que la emoción ha tomado es, también, la más lógica y razonable. Por decirlo en términos muy simples, cuando a la mente no le interesa que la razón y la emoción colisionen, porque no quiere tensiones, la emoción actúa como el color del cristal a través del cual mira la razón. Por eso, todo lo que ve la razón concuerda con la emoción.

Y es por esto por lo que, cuando a una persona se le pide que justifique su voto, normalmente será capaz de ofrecer un sinfín de motivos perfectamente razonables por los cuales su voto está justificado. Sin embargo, la persona que tiene enfrente y que ha elegido una opción política radicalmente opuesta, también es capaz de ofrecer conclusiones perfectamente razonables que justifican su voto. Y así ocurre con todo el mundo. Sin embargo, ¿cómo es posible que millones de personas, casi todas ellas de un nivel cultural e intelectual elevado, utilicen criterios lógicos y objetivos para llegar a conclusiones radicalmente opuestas?

Porque lo que decide el voto son las emociones. Al igual que le ocurriría al Google President, a las personas nos resulta imposible decidir al mejor candidato a Presidente del Gobierno en base únicamente a criterios objetivos, porque la política es demasiado compleja e intrincada como para poder alcanzar una conclusión objetiva.

Un político, un partido, una ideología o unas medidas concretas me hacen sentir unas determinadas emociones, y mi voto irá, necesariamente, en concordancia con esos sentimientos.

Su razón actuará como un conspirador, nutriéndole de datos objetivos que justifiquen esa decisión, a pesar de que haya un sinfín de datos objetivos que justifiquen una decisión radicalmente opuesta.

Si usted no pudiera sentir emociones de ningún tipo, sería incapaz de decidir a quién votar.

Por mucho que lo haya meditado.

El voto es algo emocional.

Las emociones son viscerales.