No he querido, hasta ahora, hacer sangre del animal herido pues la diferencia era apabullante y no era cuestión de ensañamientos. Pero es éste un buen momento de echar la vista atrás y recapitular lo que llevamos recorrido pues cada cual ha recibido sus dosis de ánimos y desánimos. Al final de la temporada pasada, que encumbró como campeón de Liga al Madrid, muchos, llevados por una efímera euforia, pronosticaron el final de un ciclo (refiriéndose, claro está, a la insultante hegemonía de los blaugranas). Mi respuesta entonces fue que estaban en lo cierto: aquello era, en efecto, el final de un ciclo, pero el ciclo más corto que se hubiera dado en la historia porque el equipo blanco era flor provisional de un día (caería en el sitio, exhausto por el esfuerzo de su victoriosa temporada) y el Barça seguiría siendo letal al año siguiente .

Desencaminado del todo no iba como se ha podido ver durante el tiempo transcurrido desde entonces. Sí, es verdad, el equipo merengue masacró a los culés en los encuentros directos de Liga; negarlo sería absurdo. Y sí, también lo eliminó de la Copa del Rey. Ambas situaciones no son síntomas precisamente halagüeños sobre el futuro que le espera a este histórico Barça, pero no hay que olvidar dos cosas importantísimas, una de ellas general y la otra circunstancial, que no se tienen en cuenta lo suficiente.

La primera es que lo verdaderamente milagroso y fuera de lo común fueron los seis títulos que consiguió Guardiola en su primer año y que se han convertido en un invencible y silencioso referente en el subconsciente de los aficionados. Que se quede fuera de una competición, en el momento que sea, parece (con la boca pequeña, eso sí) un fracaso; o, aún peor, un escollo impertinente que le hace volver al principio, como a Sísifo, para llegar a la consecución de lo que se le es debido, una oportunidad fallida de lo que inexorablemente tendría que venir. No, señores. Ganarlo absolutamente todo no había ocurrido jamás hasta entonces y probablemente tarde en repetirse.

La segunda es la meritoria victoria ante el Milan en la Copa de Europa. El Barça, tras los mazazos que le propinó el Madrid por tres veces casi seguidas, se veía derrotado, agotado, incapaz de remontar el 2-0 de San Siro de la ida. Todo estaba en contra (o casi todo: al menos iban a jugar la revancha en su propio campo) y la eliminación parecía asegurada. Al fin y al cabo tenían enfrente a un equipo italiano y la experiencia con el Inter del ladino Mourinho era desfavorable. Sin embargo, enfrentados a la adversidad, los de Roura resolvieron el trance con un incontestable cuatro a cero. Y este resultado puede invertir la tendencia pesimista.

A estas alturas la Liga parece cosa hecha (de otro modo sería una catástrofe de proporciones inimaginables). Y en cuanto a la Copa de Europa, dije justo antes de la remontada ante los milanistas, con la imprudencia confiada del que se sabe eliminado, que si pasábamos de ronda no habría ningún equipo que pudiera impedir que nos lleváramos el trofeo. Ahora, tras el asombro, si bien no llego a tanto, tengo que reconocer que las opciones están ahí.

¿Cuánto tiempo le queda en realidad a este equipo? ¿Qué año será, “aquest any sí”, el final de su tan traído y llevado ciclo? Quizás lo que dure Xavi, quizás mientras a Messi le aguanten las piernas. Quizás sea de pronto, sin previo aviso ni hito señalado: tal vez, un día, de pronto, el Barça bajará de los cielos y se hará carne.