Se equivoca Marías aunque sea por última vez y ya no vaya a volver a equivocarse nunca más. Se equivoca Marías al morirse tan antes de su tiempo, con setenta años que no son tantos como así lo fueron hace algún tiempo, y llevado, en última instancia, por una enfermedad pandémica ya en horas bajas; de la que es presumible que estuviera vacunado y aun así no fue suficiente y algo se torció y hubo un tiempo de coma clínico y luego una muerte de cuyos detalles poco se sabe ni haya de saberse nunca; no al menos de forma pública y conspicua; sí sabrán los allegados, los cercanos, los familiares, los que estuvieron a su lado mientras duró el proceso y en el momento mismo en el que exhalaba su último estertor.
Se equivoca de la peor manera posible, de la que ya no hay remedio ni vuelta atrás. Que además fue inesperada si bien se dieron algunas avisos en prensa y se preparó el terreno para el que supiera leer entre líneas. Se dijo, escuetamente, que estaba ingresado por una afección pulmonar pero que se recuperaba de ella; para no alarmar, supongo ahora, o porque eso se quería pensar y al hacerlo público y palabra se asentaba así en la mente de quien emitió tal comunicado y se daba así confianza e imbuía optimismo. O, tal vez, por aquel entonces nada presagiaba la tragedia y tal ingreso era un bache pero, de momento, dentro de lo razonable y salvable, seguramente, y nada, o no mucho, que temer.
Pero se equivocó Marías al darse, como a un personaje de sus novelas, el peor desenlace, el más luctuoso, el más decisivo. Y a pesar de las divergencias, de los últimos altibajos en sus obras o de las opiniones que vertía allí y allá con o sin razón, es una equivocación que entristece al menos a uno de los autores de este blog, a este que suscribe y le llena de la lógica nostalgia y del pesado peso del paso del tiempo, que se hace cada vez más notorio y evidente y difícil de llevar sobre los hombros.
Ojalá no hubiera ocurrido, nos decimos, aunque sea un deseo inútil y simple. Ojalá todo hubiera seguido igual. Ya no habrá más palabras ni frases que salgan de sus manos o de sus labios. No habrá imágenes nuevas ni pensamientos ni respuestas. Ya su vida se ha asentado y fijado y pasa a pertenecer a la negra espalda del tiempo.
Vendrán ahora, ya están en ello, los que aprovechen para tirar de él hacia el lado que les interese; los que tergiversen sus palabras a conveniencia, los que, de repente, lamenten su muerte con desesperación cuando nunca antes oyeron hablar de él o, bien por el contrario, lo insultaban y despreciaban. La pantomima de siempre. Por suerte, todo dura poco y otra cosa se llevará esto por delante.
En fin. Que descanse en paz si eso es posible.