Al igual que Dios al Santo Job, el fútbol puso a prueba hace una semana a su mejor discípulo. Es un dicho popular en este deporte que  para ganar una de estas competiciones eliminatorias (la Copa del Mundo o la de Europa son los mayores ejemplos) es indispensable que, además de todos los ingredientes técnicos, físicos, estratégicos  que se quieran imaginar, al futuro campeón le sonría la fortuna de forma especial en alguno de los partidos.

Al equipo de Guardiola le habría bastado esta vez con que la suerte se hubiera estado quieta en vez de cebarse con él su vertiente más dañina. Los culés lo hicieron todo y todo bien, tanto en la ida como en la vuelta. Desafiaron con orgullo a ese azar que se les malencaró desde el principio y que con  obstinación tiraba por el suelo el sueño de los jugadores. Fue superior en Londres y lo fue también en Barcelona. Sin embargo, no era contra el Chelsea contra quien competía en esta ocasión, sino contra su propia suerte adversa.

Varios tiros al larguero, un penalti fallado por Messi, un fuera de juego imperceptible, dos goles inopinados en contra (el de Drogba y el de Ramires) en los peores momentos imaginables. La suerte (como el diablo en la pésima traducción del título de la película de Lubitsch) dijo no y no hubo más que hablar. El fútbol puso a prueba a su predilecto y a éste sólo le queda decantarse por uno de los dos senderos que se le muestran: maldecir y abjurar de su estilo o volver con fe renovada el año que viene a decir “Aquí estoy de nuevo y de nuevo no reniego. Mi biblia es el ataque y el fútbol y seré fiel a ambos mientras me quede un átomo de fuerza”.

En su noche aciaga el Camp Nou les alentó a que dieran un paso hacia la segunda opción. Tras la derrota los gritos y aplausos fueron mayores, si cabe, que durante el partido. La grada habló y a ella se suman muchos que no estuvieron allí pero sienten suyos los colores y la filosofía de este equipo.

Guardiola también habló. El entrenador que culminó la transformación del club en lo que es ahora (posiblemente el mejor equipo que ha dado la historia a este deporte hasta el momento) se retira por la puerta grande. No es habitual que un entrenador decida irse por su propio pie del Barça y sea, para más inri, alabado y despedido con todos los honores desde todos los frentes posibles. Su legado permanecerá y, esperemos, continúe a las órdenes del que fuera su segundo que, a buen seguro, mantendrá el mismo espíritu si bien le será difícil igualar los logros deportivos.

El año que viene se despejarán todas las dudas. La suerte le volverá a ser propicia si no abandona la senda tomada.