Atrás quedaron los días de vino y rosas en los que un jovencito lleno de soberbia (y sin apenas cuello) le levantaba los dedos a todo un Michael Schumacher al acabar las carreras, en plena borrachera de inconsciencia.
En aquellos tiempos, Alonso corría para Renault, y muchas voces se precipitaron a decir que si el no-neck era el sucesor de Schumacher, que si era el futuro de la Fórmula 1, que si había hecho del Renault un coche ganador, y no sé qué más dislates.
Pero el tiempo pone a cada uno en su sitio, y ahora muchos se dan cuenta de que aquellas victorias de Alonso eran tan sólo una quimera. Ahora el panorama es bien distinto del que era entonces. Ferrari ha superado con éxito la era post-Schumacher, y cuenta con un gran coche y con un campeón del mundo en sus filas para revalidar el título. McLaren ha resurgido de sus cenizas con un coche veloz y fiable, y cuenta con el atrevimiento de la juventud de un negro para el asalto al título. Incluso BMW ha entrado en las apuestas con un coche que desafía los límites de la aerodinámica. Ante este panorama, ¿dónde está el Renault de Alonso?.
Pues, muy sencillo, está donde le corresponde.
Los más fervientes seguidores del cuellicorto se vuelven locos buscando excusas que justifiquen su mala actuación, pero se equivocan. Lo que hay que justificar son sus victorias, no son sus derrotas. Y se oyen las cosas más disparatadas, no crea usted. A saber: que si el profesor le tiene manía y por eso no gana; que si el coche de papá no corre tanto como el del papá de los otros chicos; que si no llueve, él no gana…
De repente, él ya no es el que hace los coches ganadores. Ya no es el sucesor de nadie, ni el futuro de nada. Sus seguidores antes celebraban una quimera, ahora celebran los octavos puestos como si fuesen victorias.
Alonso, amigo mío, ya no vale ganar por los deméritos de los demás. No siempre van a romper todos los que marchan delante de ti. En algún momento tendrás que ganar por tus propios méritos.
La suerte también se acaba.