Hace dos años escribí un post en este blog hablando sobre la entonces reciente ley anti–tabaco. Hoy, dos años después, leo una noticia que confirma mis peores temores, que son que aquella ley que tanto prometía ha tenido mucha menos repercusión en la sociedad de lo que muchos esperábamos. Si bien tengo la sensación de que en general se fuma menos, también creo que el gobierno no ha dedicado demasiados efectivos a comprobar que la normativa se cumple, lo cual ya me lo temía yo cuando publiqué mi entrada en este blog.
Dejando eso a un lado, el debate sobre el tabaco es uno de los que más hace hervir la sangre y más hace que se radicalicen las posturas, y es por eso por lo que escribo este post, para alejarme de la opinión de los necios que sólo miran por sus intereses.
Mi opinión sobre el tema (aunque a nadie le importe), es que nadie debería sufrir los efectos nocivos de una sustancia tan fácilmente aislable como es el tabaco. Que cada uno fume donde no perjudique a nadie más que a él, o al que esté dispuesto a ser perjudicado, pero sin que ello coarte la libertad de elección de los demás ciudadanos. A pesar de que haya gente que, como F&T, piense que el tabaco es beneficioso para el organismo (o casi), sus efectos nocivos están de sobra demostrados, y debería ser labor del gobierno, padre de los ciudadanos, el velar por la salud de los mismos y erradicar su uso público. El problema es el fariseísmo que reina en este tema, donde los gobiernos han declarado al tabaco una guerra de mentirijilla, ya que todos somos perfectamente conscientes de los beneficios económicos que genera su consumo.
Porque de eso trata todo este asunto, de dinero. Poderoso caballero es, sin duda, el vil metal, y los dueños de los establecimientos permiten fumar en sus locales porque, de lo contrario, perderían clientela. Pero, para mí, que existan locales en donde se permita fumar es, en esencia, lo mismo que si el gobierno permitiese a los directores de los bancos inyectar una dosis ínfima de azúcar a todo aquel que acudiese a un cajero de su entidad a sacar dinero.
¿La solución?. Pues irse a un cajero donde sepas que el director no inyecta azúcar. Claro está. O eso, o cambiarte de banco. Nada más fácil.
¿No?