De cuando en cuando dejo caer entre mis manos alguna de las magníficas obras de divulgación psicológica del Doctor Freud, y ello me sirve para descubrir cómo muchas de mis teorías sobre los temas más dispares quedan ampliamente respaldadas por una auténtica eminencia en la materia como es este simpático médico.

La última de sus obras que he podido saborear se llama: Psicopatología de la vida cotidiana; en la que trata temas tan cotidianos como las razones psicológicas subyacentes tras los olvidos de nombres o situaciones, o tras los errores que todos cometemos en la escritura o en la expresión oral.

Os pongo un par de ejemplos extraídos del libro:

Un conocido mío me había dicho repetidas veces que cuando fuera llamado a incorporarse a filas no haría uso del derecho que su título facultativo le concedía de prestar sus servicios en el interior y, por tanto, iría al frente de batalla. Poco tiempo antes de llegarle su turno me comunicó un día, con seca concisión, que había presentado su título para hacer valer sus derechos y que, en consecuencia, había sido destinado a una actividad industrial. Al día siguiente nos encontramos en una oficina. Yo me hallaba escribiendo ante un pupitre, y mi amigo se situó detrás de mí, y estuvo mirando un momento lo que yo escribía. Luego dijo: “la palabra esa de ahí arriba es Druckbogen (pliego), ¿no?. Antes había leído Drückeberger (cobarde)”

Y una más:

Era el caso de un médico al que yo no le tenía gran simpatía, pero con el que deseaba mantener una relación cordial, con lo que le dije a mi mujer que fuese a saludarle antes de irse. Mi mujer me miró extrañada ante esas palabras, porque resultó que yo había dicho “beleidigen” (insultar) en lugar de “begrüben” (saludar), con lo que la frase resultante era: “pasa a insultar al doctor antes de irte“.

En fin, hay muchos más casos y, si nos observamos a nosotros mismos, veremos que muchos de los errores que cometemos en nuestra vida diaria guardan relación con algún tipo de proceso inconsciente que pasa ser consciente.

Aunque ya decía Carl G. Jung que el inconsciente es realmente inconsciente y, por ende, no consciente.