El nieto de un general chileno asesinado por Pinocho se tira horas haciendo cola para entrar en la capilla ardiente y así poder echarle un gapillo al muy hijodeputa. Con un par de cojones. Cuadrados los tiene. ¡Ole sus huevos!

Que le incineren, sí, mejor va a ser. No me quiero ni imaginar las barbaridades que le iban a hacer a su cadáver en otro caso. Bueno, sí que quiero imaginármelas… y me gusta.