Ya el año pasado pasamos por alto la ilustre efeméride del nacimiento de este moribundo blog. Imperdonable actitud de la que pretendo resarcirme con esta humilde entrada en la que haré una pequeña crítica o reflexión del catatónico estado en el que se encuentra baxd (baxd, foreva!).
Cómo es posible, me pregunto, que se nos hayan acabado las ideas o las ganas de escribir aquí cuando en sus orígenes era todo lo contrario. Podríamos encontrar una posible explicación si le damos la vuelta a la tortilla y aceptamos que lo inusual era, precisamente, la incontinencia con la que empezamos. La novedad es un factor a tener en cuenta y una vez superada es lógico que el entusiasmo fuera decayendo.
Otra razón a tener en cuenta es que el tiempo del que disponíamos entonces no puede compararse con el de ahora, mucho más escaso, en general, por hache o por be.
En la época lejana del origen de este blog uno de los temas más recurrentes que tratábamos era la política. Hoy, se diría, debiera ser aún más acuciante la necesidad de hablar de un país que se debate entre la corrupción y el desencanto. Un país que casi parece un volcán en alguno de los estadios previos (¿cómo de previo? imposible saberlo) a una erupción catártica. El paro, los escándalos políticos y regios, la altivez de nuestros representantes, las constantes manifestaciones y protestas, la impunidad de la injusticia, la degradación de todos los estamentos e instituciones. Cómo es posible, me pregunto de nuevo, que todas estas cuestiones no nos llenen de bilis que supure por el teclado.
Mi impresión es que nos hemos dejado llevar por el espíritu del tiempo. Y el espíritu de este tiempo que nos toca vivir es una desidia cínica y hastiada, bajo la cual, es posible, se esté incubando una latente y adormecida revolución pero todavía lejos de despertar. Poco importa que Rajoy se mofe cada día de nosotros con una estrategia tan obvia que sonroja: “sólo tengo que dejar que pase el tiempo y las cosas volverán a un cauce más o menos normal y nadie recordará otra cosa”, pensará y seguramente acertará. Poco importa que salgan a la palestra los desmanes de Bárcenas o de José Blanco. Poco importan los ERES en Andalucía o las privaticaciones encubiertas de Madrid; los argumentos vacíos y demagógicos de unos y otros, las palizas a los que protestan, la desfachatez de desahuciar con una mano y untar a los bancos con la otra.
Si algo nos ha enseñado The Wire es que, en realidad, nada cambia sino a peor. Sustituir al PSOE por el PP no ha supuesto el milagro que muchos pretendían creer; dejarlos en el poder no hubiera sido mejor, seguramente. El asco (la náusea de Sartre) se instala en nosotros y nos paraliza. ¿De qué sirve, en realidad, escandalizarse por la indigencia intelectual de tantos? ¿Para qué, entonces, escribir aquí sobre ello?
Los medios de comunicación son harina del mismo costal. El País se ha hundido poco a poco en una lastimera apoplejía de la que todo el mundo tiene la culpa menos ellos mismos. Se ha convertido en un periódico que ya no es referente de nada, que ha echado a la calle a gran parte de su plantilla, que publica en portada fotografías sin comprobar su origen y mete la pata al hacerlo, que se arroga la representación de la izquierda siendo prácticamente todo lo contrario desde hace mucho.
The Fascist y sus prótesis televisivas y radiofónicas siguen dando más de lo mismo. El Mundo, o su director, tampoco ha cambiado gran cosa. La Razón y sus vergonzantes portadas que se esperan en Twitter como agua de mayo para escarnio de su director; ABC… Cada cual tira para su lado sin recato y las más veces a las claras.
Entonces uno lee una noticia y siempre duda. Duda si lo que le cuentan es la verdad (o al menos el redactor quiere aproximarse a ella con honradez) o está tergiversado para que cuadre con el discurso de la cabecera de turno. Y sí, eso siempre ha ocurrido pero ahora está elevado a mil. Si de nadie podemos fiarnos del todo, ¿para qué decir nada, pues?
En fin, por no alargarlo mucho más, que todo está jodido.
Por supuesto, siempre nos quedará Fernando Alonso.
¿Ha muerto baxd? ¿Nos hemos dejado arrastrar por la desidia que impera estos días en la sociedad? Aunque… un momento, ¿realmente impera la desidia?
Quizá pueda dar esa impresión, pero lo cierto es que casi podríamos decir que es todo lo contrario, teniendo en cuenta que prácticamente tenemos una nueva manifestación cada día. Yo no pienso que sea dejadez lo que experimenta la sociedad si no, más bien, impotencia. Impotencia, incapacidad o desconocimiento total de qué hacer para cambiar las cosas. Y es comprensible, porque es el sistema lo que está mal. Es la raíz, la estructura, el esqueleto, la base, los cimientos o cualquier otro símil que quiera utilizarse. Cuando algo va mal se pueden hacer un par de arreglillos aquí y allá para solucionarlo, pero cuando es toda la estructura lo que se resquebraja quizá la solución pase por dejar que todo se derrumbe completamente para después poder empezar a construir algo nuevo.
Una manifestación, aunque comprensible, es algo terriblemente inútil. Es el derecho al pataleo y poco más (y ni eso van a tener los escracheros). Serviría de algo si los aludidos recogieran el testigo y actuaran en consecuencia, pero… -¿para qué?- se preguntarán ellos. -“Está todo tan mal que el hecho de que yo haga las cosas bien no va a significar nada”- podrían alegar. Y hasta resultaría entendible.
No tengo ni idea de cuándo ni cómo saldremos “de esta”, pero sí que creo que no vamos a quedarnos siempre así. ¿Por qué lo creo? Pues, simplemente, porque como se suele decir, el mejor predictor del futuro es el pasado, y el pasado indica que, por mal que fueron las cosas, siempre se salió a flote de nuevo.
Lo mismo le ocurrirá a baxd. No sé ni cuándo ni cómo, pero baxd resurgirá.
Baxd no puede morir.
Baxd está mal.
Baxd tiene que llamar.
En el fondo estamos diciendo lo mismo. La dejadez a la que me refiero es ese hastío por el que parece no merecer la pena hacer nada para cambiar nada.
Sí, es verdad que hay manifestación día sí día también, pero la impresión general que hay con respecto a esas protestas es que van siempre los mismos: todo el mundo les apoya pero nadie se implica. Son todavía una minoría los que se mojan el culo, sobre todo si tenemos en cuenta la gravedad de la situación.
Y en algo de lo que dices puede estar el quid de todo esto: dejar que el sistema caiga. Tal vez no sea cuestión de “dejar” sino de “hacer” que el sistema caiga. No va a caer por sí solo porque él sí se defiende, sí actúa. Mientras nosotros dejamos que el sistema caiga, él hace que caigamos nosotros. Y sí, saldremos de esta, pero ¿cómo quedaremos una vez que hayamos salido? Alemania salió de la crisis de la I Guerra Mundial, pero cómo quedó al salir (¡Godwin!).
Y con tanta abstracción (¿qué es el sistema exactamente?) tampoco quiero sonar radical: podría traducir “la caída del sistema” por una profunda reforma del mismo. Y sobre todo un cambio radical (ahora sí) de valores.
Mmm… según la ley de Godwin esta discusión se tendría que acabar, ¿no? Casi, incluso (y viendo nuestros gustos y antecedentes) ¿podríamos decir que la Ley de Godwin es incompatible con Baxd? ¿Que es la causa de su letargo incluso?
Dejando esto a un lado. EL TEMA.
¿Qué es el sistema?
El sistema es el libro de instrucciones de la sociedad. Si quisiéramos venderlo, lo venderíamos como un know how.
Pongamos que un señor llega a un pueblo perdido de EE.UU. con dinero en el bolsillo y quiere construir un hotel. ¿Qué debe hacer? ¿Con quién tiene que hablar? Entonces otro le dice: “mire usted, lo primero que debería hacer es coger ese dinero que tiene usted en el bolsillo y llevarlo a ese edificio que está en el esquina, donde el encargado lo meterá en una caja y le dará un papel que le servirá a modo de prueba de que es usted el dueño de ese dinero. Así usted podrá quedarse tranquilo para el caso de que alguien quiera robarle. A cambio, ese señor le cobrará una pequeña cantidad cada vez que quiera hacer algún tipo de operación con él. ¿Le parece bien? Después deberá usted hablar con ese otro señor de allá, porque el terreno donde usted quiere construir resulta que es suyo, y necesitará su permiso. También le aconsejo que hable con ese otro señor que está ahí parado, porque me imagino que usted no sabrá diseñar un edificio, ¿no? Por último, y a no ser que usted sepa poner un ladrillo encima de otro sin que se caiga, le recomiendo que hable con esos otros caballeros de casco amarillo que vienen en ese furgón”.
Eso es el sistema. El sistema es la respuesta a la pregunta de cómo funcionan las cosas en una sociedad. Y el sistema no es malo per se, es simplemente la maquinaria de la sociedad. Los problemas aparecen cuando el señor que tiene que darle la autorización a nuestro protagonista para construir le dice que…bueno, que se lo podría dar a otro, pero que si le da un sobrecito con parte de ese dinero que ha metido en el banco, se lo da a él. Ahí está el quid de la cuestión. Ese es el germen de la situación actual.
Y a lo mejor es entendible esa actitud. Ponte que el dueño del terreno tiene dos niños y que hace dos días que no comen nada caliente, y entonces dice: “bah, si por una vez que me saque un dinerillo “de estrangis” no pasa nada. Al fin y al cabo es para mis hijos”. Pero luego lo hace otra vez, y otra vez, y otra vez… y el de al lado le ve y también lo hace. Y el otro también y el de más allá también. Y luego resulta que el del banco en vez de esperar a que alguien entre por la puerta para que deposite su dinero, lo que hace es ir puerta por puerta y le cuenta historias raras a las ancianas para que le den su dinero, a sabiendas de que nunca se lo va a devolver.
Y así con todo. Absolutamente con todo.
¿Estoy diciendo, pues, que no es un problema del sistema sino de las personas que hacen que el sistema se mueva? Pues sí y no. Es decir, que la figura de los bancos es adecuada y hasta necesaria dentro de una sociedad, pero lo que no lo es, es que se les permita especular con el 100% del dinero que poseen. ¿Y quién lo permite? Los políticos. ¿Y por qué lo permiten? Porque se benefician de ello (entre otros muchos motivos). Y así seguimos ad infinitum
Entonces, ¿qué se puede hacer para cambiar eso?
Pues es bien difícil, porque debido a su naturaleza intrínseca, el sistema es huidizo e inestable. No se puede ver ni tocar. Simplemente se pueden observar los resultados que produce. Así pues, yo sólo veo dos salidas a esta situación:
a)por un lado, que el sistema se vuelva contra los mismos que lo hacen funcionar. Es decir, que los que ahora se benefician de cómo funcionan las cosas (esto es: el sistema) pasen a resultar perjudicados. De esta manera, en buena lógica, habrán de cambiar algo.
b) que el sistema degenere hasta tal punto, que los propios responsables de su funcionamiento (o algunos de ellos) sientan la necesidad de pararlo y reajustarlo. Esto implicaría una especie de lucha interna entre los eslabones de la cadena, en donde, ahora sí, la colaboración ciudadana podría resultar de gran utilidad como medida de presión. Aquí estaríamos hablando de la emersión de algún tipo de figura salvadora (en forma de partido político) que represente el sentir de la población y que esté dispuesto a pelear por recuperar los derechos arrebatados.
SPOILER: a esta figura salvadora la matan al final de la segunda temporada.
Sea como fuere, estamos siempre inmersos en el engranaje de un gigantesco movimiento pendular, de tal modo que donde antes era A luego será B y viceversa.
Quizá el análisis se reduce simplemente a eso.