El mundial de Fórmula 1 está así, como dice el título, al rojo vivo. Como a estas alturas todo el mundo sabrá, Lewis Aparcacoches Hamilton se quedó tirado justo a la entrada a boxes y Alonso le recortó ocho preciosos puntos que le dejan a tan sólo cuatro y con posibilidades recuperadas de hacerse con el título.
Reconozcámoslo. Sigue siendo una difícil situación. El español tendría que ganar en Brasil y que hubiera un coche entre él y su rival. Teniendo en cuenta que están en el mismo equipo, que tienen coches parecidos y que en McLaren tienen sus preferencias bastante claras (sobre todo después de las explosivas declaraciones del bicampeón el sábado, tras la clasificación), es poco probable que Alonso consiga el milagro otra vez. Pero la emoción del último Gran Premio no nos la quita nadie. Tal vez el negro se ponga nervioso y la cague, todo puede ser.
Lo que más me ha sorprendido de este fin de semana, sin embargo, no ha sido el abandono del inglés, ni su renuencia a abandonar el coche, ni que los comisarios le intentaran poner de nuevo en la pista (parece que un trato de favor esta vez era demasiado obvio y tuvieron que desistir). Lo que destacaría sería la reacción de júbilo en los talleres de Renault, cuando el coche de Hamilton se ha quedado detenido. Todavía se acuerdan de Fernando Alonso en la escudería francesa. Y digo yo: tan mal compañero y de trato tan difícil no debe de ser, cuando su ex-equipo se alegra de esa forma de que a él le salgan bien las cosas. ¿O no?
En dos semanas se decidirá todo.